lunes, 6 de febrero de 2017

Asteroid Trump

Donald Trump es un asteroide que se acerca a la Tierra. Puede ocurrir que el rozamiento con la atmósfera de Washington, el sistema político norteamericano, los jueces, las protestas ciudadanas, todo ello con su propia densidad, termine afectando al meteoro Trump. También, el efecto abrasivo de las relaciones internacionales, la necesidad de escuchar a los aliados y vecinos, podría terminar reduciendo el tamaño del asteroide y el impacto sería pequeño. La mayoría de los asteroides se desintegran con el rozamiento de la atmósfera terrestre. Pero puede ocurrir que la roca venida del espacio exterior sea más grande de lo normal, no se disuelva, y entonces produzca un cráter, olas de impacto y efectos peligrosos sobre el planeta.

Hacia la Tierra se precipitan más asteroides de los que pensamos. La NASA explica que cada dos mil años un meteorito del tamaño de un campo de fútbol produce daños considerables. Según ha registrado la Organización para la Prohibición de los Ensayos Nucleares (OTPCE), entre 2000 y 2013 se produjeron 26 explosiones de potencia nuclear en la alta atmósfera debido a choques de asteroides. El 15 de febrero de 2013 un bólido espacial cayó en fragmentos sobre Chelyabinsk (Rusia) causando más de mil heridos. Con el fin de desviar los meteoritos más peligrosos, la Agencia Espacial Europea y la NASA negociaron el programa AIDA, que se encuentra ahora en suspenso porque los europeos no se pusieron de acuerdo para aportar los fondos necesarios.

Los miembros de la Unión Europea no tienen todavía muy claro qué hacer frente al fenómeno Trump. Están evaluando la dimensión y la trayectoria para comprobar cuál será el alcance. Todos miran preocupados al cielo. Incluso la primera líder en visitar al Presidente Trump en la Casa Blanca, la Brexitosa Theresa May, tuvo que poner caras y mostrar desavenencias con su huésped. Los europeos no están unidos. Los países inmersos en elecciones este año todavía no pueden definir su posición. Los partidos y las voces más europeístas apuestan por hacer resurgir la Unión en respuesta a las críticas, inauditas en la historia, que ésta recibe del Presidente de Estados Unidos y su equipo. Los países con larga tradición de defensa de los principios democráticos, como Canadá y Suecia, muestran su oposición abierta a las políticas sobre inmigración del Presidente Trump y a sus instintos sobre el medio ambiente.

Mirando al futuro, el choque parece cercano. El alcance del impacto no puede calibrarse todavía, y hay expertos que piensan que será fuerte, mientras otros creen que al final será otro episodio más de disputa transatlántica. Personalmente, estimo que lo que está por venir no se parecerá nada a lo que ya hemos vivido.

viernes, 3 de febrero de 2017

En España falta construcción estatal

El Gobierno español tiene un plan de acción para Cataluña que consiste en oponerse punto por punto a los pasos que se dan hacia la “desconexión” y hacia el referéndum. Al nombrar el nuevo Gobierno, el Presidente Rajoy intentó un enfoque más amable, y pidió a sus Ministros más presencia en Cataluña. En diciembre pasado la Vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría inició un dialogo activo con la Generalitat, y mantuvo varias reuniones sobre temas financieros con Oriol Junqueras. Pero las autoridades de la Generalitat no se han movido un milímetro del plan soberanista. Su tozudez ha provocado un cambio de tono del Gobierno, que ahora vuelve a ser más firme y más pegado a la partitura jurídica.

El Gobierno debería haber comprendido hace tiempo que el independentismo en Cataluña es un prodigio de psicología social. Jordi Pujol ya lo explicó en su libro de 1976 sobre la inmigración, donde dijo que el problema de Cataluña se había originado en el año 1200 con la derrota de los Albigenses, y todo lo que había ocurrido después era irrelevante. En la etapa de Mas, la Generalitat promovió el mensaje de que desde 1714 habían existido 300 años de represión, incluyendo la etapa democrática. La empanada mental de los independentistas es notable, pero ellos están seguros de tener razón de una forma irrazonable, como apunté en Quijotes catalanes. Tan seguros, que se dedican a lavar el cerebro a sus compatriotas, mientras preparan una declaración de independencia con métodos propios del ascenso del totalitarismo a comienzos del siglo XX, lo que ha dado lugar a las protestas de juristas catalanes que piden algo tan fundamental como el respeto del Derecho y las libertades en el seno de la Unión Europea. Los soberanistas son maquiavélicos: su fin justifica cualquier medio.

En esta coyuntura, el Gobierno ha renunciado a la construcción estatal. La oposición jurídica al procés no se combina con una narrativa atractiva para explicar los grandes valores de España en un mundo peligroso y las enormes ventajas de ser español hoy. Mientras los soberanistas no paran de contar trolas sobre la historia y de hacer interpretaciones políticas sesgadas, el Gobierno no pone de relieve las virtudes del proyecto común español. Este proyecto se asienta en la pluralidad, el éxito económico, los avances sociales, una cultura mestiza y global, el imperio de la ley, la integración y la tolerancia, un sistema democrático sano, una participación activa en la integración europea, así como una contribución crucial a la paz y las instituciones internacionales.

No basta ser uno de los primeros Estados del mundo... Hay que explicarlo también

Cada comunidad política tiene una base identitaria. Es más fácil identificarse con comunidades cercanas, como la ciudad o la región, y más difícil identificarse con entidades lejanas como la Unión Europea. Las comunidades políticas existen en dos niveles que van de la mano: cultural y social, como sustrato necesario, y político y jurídico, como constructo que se levanta sobre el cimiento anterior. No puede articularse una realidad política y jurídica si no hay un sentimiento común. Y ese sentimiento hay que cultivarlo en las cabezas y en los corazones. Esto se aplica a las naciones y a los Estados (en inglés se habla de nation-building y de state-building), y también a identidades más amplias (como la europea).

En España no podemos dar por supuesta la identidad estatal por muy buenos argumentos que la sostengan. Hay que trabajar cada día para fomentar una construcción estatal con decisión y convicción. Frente a los ataques injustos y llenos de mentiras que el Estado está recibiendo, es preciso un relato de verdad. Hay que responder a los desmanes jurídicos en Cataluña, pero ese es solo un enfoque reactivo; al mismo tiempo debe hacerse un trabajo proactivo de construcción estatal, para que todos comprendamos las razones de peso que existen para querer al Estado. Un Estado que ofrece protección en un mundo convulso (también de los derechos y libertades de los catalanes frente al fanatismo totalitario), y que permite contribuir a unas relaciones internacionales basadas en valores y principios fundamentales.